Un silbido de adrenalina en medio de un verde forestal y una orquesta de coquíes, provocan un sentimiento de vida o muerte cuando tu cuerpo depende de una línea de acero que te llevará a la otra esquina de una montaña.
¿Qué sabes tú a dónde vas a llegar? Solo sabes que estás en Toro Verde en Orocovis Puerto Rico, en un tour bajo la luna llena y las estrellas. Este evento no se realiza hace más de 5 años, me comentó el jefe de los guías Carlos Torres mientras me vestía con el equipaje, así que fuimos los conejillos de indias esta vez.
El camino es oscuro, solo dependes de una lucecita en el casco y de la fe de los instructores. “Manos en el manubrio, espalda para atrás y esquiva las ramas” decían todos los guías en todas las secciones, uno ve las estrellas a mil millas por hora mientras tu cuerpo se balancea en el aire y usas el viento a tu favor para mantenerte estático. Ya no escuchas la orquesta de coquíes, grillos y cucubanos, solo escuchas el viento y te enfocas en llegar vivo, despegas pero en este caso tu cuerpo es el avión que aterriza. El camino es corto pero se aprecia.
Subes una montaña que dudas si estás subiendo al cielo o al tobogán del infierno. Ya falta poco me decía a mí misma, para no llegar sin aire a la última tirolesa o como se dice en inglés “zipline”. Valió la pena, aunque sigues sin ver el verde que verías en el día, aprecias el “frío pelú”, las estrellas y en busca de la luna que estaba tímida todavía.
¡Ya era hora de comer! Nos montamos en el cajón de la guagua blanca para subir al restaurante. Tremendo paisaje nocturno, pero con el jamaqueo que teníamos todos por el camino rocoso e inclinado no se pudo tirar una foto que embelleciera a los cucubanos, grillos y sapos en el monte. Llegando por fin al restaurante, quería ver qué es lo que hay con el menú, nos tienen dos opciones: comida italiana o comida española, me incliné por la italiana, porque era más reconocida a mi paladar.
Escojo una mesa para crear un jolgorio independiente junto a mi pareja, como si la alegría también fuese contagiosa. En un tiempo moderado de buen servicio, el mesero viene con el antipasto. Plato que tenía prosciutto e melone y arancini.
Prosciutto es jamón y melone es melón. Imagina melón cubierto con jamón de corte fino, arancini, bolas empanadas rellenas de arroz, queso mozzarella, jamón picado en cubitos y guiso de carnes mejor conocido como ragú. Para ser el primer plato con ingredientes y nombres que tuve que buscar en Google, me fascinó el sabor salado dulce y el toque perfecto de no abusar del queso.
Llegó en perfecto tiempo la Signature Pizza Vegetariana, con salsa blanca hecha en la casa que tenía un sabor a ensalada de granos machacados, tenía papa cocida, zetas, almendras y queso parmesano al gusto. Una delicia, la masa estaba recién horneada, pero no te quemabas simplemente disfrutas el platillo principal.
Ya tocaba el postre que nada más escucharlo me intrigaba. Sonaba como a fuego, arcaico y curioso. Tiramisú de tres leches. Mi pareja dió el primer mordisco y por su cara, quise grabar mi expresión. La única manera que puedo describirlo es como un bizcocho de cumpleaños mezclado con mantecado que contiene vainilla. Un toque, solo un toque de canela y leche cremosa. Ni tan dulce para empalagar ni tan soso para dejarlo.
Ya terminando el manjar, subo otra cuesta infernal para llegar al auto. Al fin la luna dejó la timidez y alumbraba el monte verdoso de Orocovis. Para ser la primera vez luego de 5 años, me siento bien de ser parte del experimento.
La manera de narrar la experiencia es espectacular, me encantó tú artículo, por favor, nunca dejes de escribir.